martes, 16 de febrero de 2016

Ínclitas razas ubérrimas (XI)

Capitulo X: aquí
Capítulo IX: aquí
Capítulo VIII: aquí
Capítulo VII: aquí
Capítulo VI: aquí 
Capitulo V: aquí 
Capítulo IV: aquí 
Capítulo III: aquí 

Capítulo II: aquí.
Capítulo I: aquí

[Interludio nocturno]


Se habían apagado los pabellones, pero en el parque aún perduraba una penumbra sentimental. Cándidas e incandescentes, las guirnaldas nocturnas promovían un fulgor misterioso. Hacía apenas un instante que el ímpetu azulado de los arcos voltaicos había dejado de lanzar a la noche los sus rayos jupiterinos y ahora la calma descendía a los palacios. Entre los árboles, hilvanados por un hilo invisible de luna, los globos de vidrio soplado, como las cuentas de un collar de perlas, trazaban el arco parabólico de una honda melancolía que corría a refugiarse en los estanques y glorietas, junto al monumento a Bécquer, donde aún se escuchaba el frufrú de las sedas y el latido jadeante de los abanicos del siglo XIX. Así, como esas luces, debían de ser las luciérnagas que aparecían en nuestros poemas y que nunca habíamos visto, brillantes y recónditas como los sonoros nenúfares de nuestro Villaespesa, a quien ya no admirábamos, pero al que todavía imitábamos los jóvenes poetas de la cuerda alcohólica. ¡Quién pudiera volver a aquellas horas! ¡A aquella noche mágica segunda en la que solitario y perdido en un parque romántico aguardaba la venida del tren de la aventura! Pero no, querido amigo, pasó ya la incauta juventud y solo me resta, al son remoto de las cuerdas del arpa y bajo la noche lejana del recuerdo, contarte así, como escribíamos entonces, que aullando entre las sombras al fin llegó la audaz locomotora, y que nadie más venía en los vagones que pararon ante mí -único pasajero de aquel ferrocarril fantasma- a la hora convenida, para luego otra vez precipitarse bajo el túnel del monte Gurugú y aceleradamente surcar aquel mapa de sombras y lejanas repúblicas, sobre rectas amplísimas y angostos corredores de verjas y de hojas hasta llegar en zig-zag, echando chispas los raíles, al innombrable Pabellón de Colombia. 
La gran Cundinamarca vestía sus galas más salvajes. De la puerta principal, entreabierta, surgía un halo rojizo, casi sangriento y un incesante golpe de tambores hacía retumbar la jungla de la Exposición.


Alcázar de Sevilla, Estanque

"Claro de Luna", Debussy

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